Los poemas homéricos son desde la Antigüedad una ventana a la tradición mitológica de los griegos y a su historia, a la vez que obras maestras de la literatura en el sentido más literal de la expresión, es decir, en el de obras que enseñan lo que la literatura es. Homero fue durante toda la Antigüedad ho poietés, “el poeta” a secas, y por cientos de años sus composiciones fueron utilizadas en Grecia para aprender a leer y a hablar en público, para dar ejemplo de conductas heroicas y deleznables y para conservar la memoria histórica de un pueblo y una cultura, incluso mucho, muchísimo después de que ambos se hubieran vuelto irreconocibles para el público para el que los poemas fueron pensados.
Resumir en unas pocas páginas todos los problemas que llíada y Odisea presentan es inconcebible. En el vasto mundo de la filología clásica, la lectura de la inmensidad de trabajos que se han ocupado y todavía se ocupan de ellos demandaría más de una vida. Pero para disfrutar de los poemas no se necesita más que algunas nociones básicas, y nuestro objetivo es facilitar ese disfrute al lector y al oyente.
El recorrido que sigue es cronológico. Comenzamos por el mito, porque la evidencia sugiere que, al menos en algunos aspectos, el mito fue primero. Lo segundo es la historia, un área en la que año a año Ilíada y Odisea ganan espacio, después de haber sido relegadas casi por completo. Sin embargo, el camino empieza realmente cuando llegamos a la forma en que esas dos fuentes inseparables para el pensamiento griego confluyen en una tradición de cantos orales, que en algún momento desembocará de algún modo en los textos que conocemos hoy. Las razones y métodos de nuestra traducción están al final, como corresponde: solo existen porque los precedió todo lo demás.
Antes, sin embargo, es necesario responder a una pregunta ineludible al presentar una obra de literatura: ¿quién fue su autor? ¿Quién fue Homero? La respuesta es que no lo sabemos, como no lo sabían ya los antiguos. Las Vidas que relatan su biografía son espurias, construidas sobre la base de anécdotas muchas veces estandarizadas, todas las veces inverificables o ficticias. Sabemos tan poco que no sabemos si vivió en el s. VIII o VII a.C., dónde nació o habitó ni mucho menos en qué lugar y por qué razón compuso sus poemas. Ni siquiera podemos estar seguros sobre si existió. Pero la verdad es que eso importa menos que el hecho de que el legado que escogió para sí se preserva y se preservará por siempre. Ante semejante monumento, lo demás no parece demasiado significativo.